jueves, 11 de octubre de 2007

De nuestra historia


Prof. José Antonio Méndez
Mechitas1939@yahoo.com

Generalmente la historia se percibe en forma secuencial, o sea, siguiendo los sucesos históricos conforme éstos se van dando, contemplando una cronología. Sin embargo, para no ser muy estrictos en ésto esta vez nos vamos a retraer a una época anterior a la de nuestro última entrega, o sea a la época de la Guerra Interna de los años 60 a los 90. De esta manera podremos relatar para nuestros queridos lectores y lectoras algo de los tiempos de la Guatemala de ayer.
La primera mitad del Siglo XX transcurrió sin mayor impacto sobre la sociedad guatemalteca. Los efectos de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se habían hecho sentir sobre la economía del país; escasez de bienes y servicios y limitaciones para viajar y conocer otros países. Pero, todo, tan lejos del teatro de la Guerra. Europa había estado sitiada durante cinco años. Pero luego del fin de esa atroz carnicería humana, como lo fue ese insensato conflicto, los ánimos quedaron agotados y deseosos de disfrutar de una muy esperada paz alrededor del mundo. Fue ésta la época del jazz, del tango, de la liberalidad y relajamiento de las antiguas costumbres y prohibiciones morales y sociales en casi todo el mundo no siendo Guatemala la excepción (algunos le llamaron "La Belle Epoque" - La Bella Época). Sin embargo, la política de nuestro país continuaba en manos de dictadores y de los mismos burócratas ineptos que rodeaban al mandatario de turno. Durante la década de 1930 a 1940 gobernaba el General Jorge Ubico Castañeda, hombre recio, militar de carrera, de porte imponente y carácter voluntarioso. Este dictador se perpetuaría catorce anos en el poder. Guatemala era relativamente pequeña, no sólo territorialmente sino que en su población la cual no sobrepasaba los dos millones de habitantes. La Capital era una ciudad provinciana que gravitaba pacíficamente sobre el resto de la República, siendo el centro de la vida comercial y social.
Vine al mundo a principios de 1939. Mi familia era tradicionalmente guatemalteca, típica de la clase media alta, o pudiente como dirían los posteriores revolucionarios. Mi abuela todavía del Siglo XIX, había enviudado, por motives políticos de su marido, con diez hijos siendo mi madre la menor. Naci a un costado de la Iglesia del Carmen en la 8a. avenida y 10a. calle de la hoy llamada Zona Central. Mis primeros años los pasamos en la Capital, en el Barrio del Hospital Americano, hoy Zona 2. Posteriormente nos trasladamos a la 7a. avenida atrás de la Iglesia de San Sebastián, donde vivimos la Revolución del 44. Las avenidas como la 7a. eran arterias amplias con muy poco tráfico, ocasionalmente circulaba por ésta un vehículo de la época; un Packard modelo 44, un Buick, un Nash o un De Soto. A mi me fascinaba observar esos vehículos grandotes y con adornos y acabados hechos a mano, con sus enormes llantas de centro blanco y sus loderas protuberantes. La vía la daba un guardia civil, policía de entonces, personaje educado, cortés y servicial. Éste se paraba sobre un kiosquito con toldo en el cruce de la avenida y la calle y dirigía el tráfico con su gorgorito. Las rutas de las camionetas urbanas las constituían, para nuestro barrio, la compañía Auraco y la Eureka, autobuses color naranja los primeros y amarillos con franja azul los segundos. El valor del pasaje llegó a valer cinco centavos. Mi bus preferido, el cual montaba en compañía de alguna de mis tías, era el número 18 de la Eureka, me encantaba su atractivo color amarillo con azul.
Los paseos eran, salir al Parque Central, visitar el Palacio Nacional (de reciente inauguración en 1943), atravesar el Portal del Comercio y visitar las tiendas a lo largo de las primeras cuadras de la 6a. avenida. Tomar un refresco en Arlequín, medirse unos zapatos en la Nueva York y husmear por el segundo piso de La Paquetería, o contemplar los juguetes de donde Biener, Éstos eran los placeres de nuestra niñez. La ciudad se extendía entonces desde el Barrio de La Parroquia y el Zapote en el norte hasta la salida de la Carretera a Amatitlán (hoy Calzada Aguilar Batres) en el sur, a través de la Avenida Bolívar Y desde el Cerrito del Carmen y la Calle de Las Tunchez y el Barrio de Gerona en el oriente hasta Lo de Bran, Jocotenango y el Barrio del Gallito en el poniente. Ah, y la ciudad en verdad era una ²Tacita de Plata², muy limpia y ordenada.
Uno de los paseos mas apetecidos por los niños era el viaje al Lago de Amatitlán. Se iba en el Tren del Sur y tomaba cerca de dos horas. Nos ²apeábamos² en la Estación de Morán (hoy Villa Canales) y llegábamos en carretela hasta la Playa del Lago. Allí nos metíamos al agua, fría y sabrosa, limpia con su leve oleaje. Luego salíamos a comer mojarras fritas y luego a quitarnos el sabor a pescado con los dulces empalagosos de cajeta. Otro paseo muy alegre, era ir a Palín, el viaje lo hacíamos en el Pontiac modelo 50 de mi abuela. Esta población tenía una enorme ceiba, quizás la más grande y frondosa de todas, en medio de su plaza central. Alrededor de ésta se ponían las señoras del pueblo a vender toda clase de fruta deliciosa; jugosísimas y dulces, piñas, pitahayas rojas con sus granitos negros en medio, naranjas de azúcar, papayas, guineos de seda y de coco, los dulcísimos chicos y también zapotes. Regresábamos empanzados de fruta y felices de haber respirado el aire cálido de la Costa. Ah, ¡qué tiempos aquellos!
También recuerdo nuestras visitas al Barrio del Gallito, en la Capital, a ver unos parientes, en ése entonces el lugar era residencial y respetable. Otras veces íbamos al Puente de las Vacas a ver pasar el Tren del Norte. O a volar barrilete a los Campos del Roosevelt, hoy inmensas y populosas zonas residenciales. Y también los paseos por la Avenida Simeón Cañas hasta llegar al Hipódromo del Norte, el Mapa en Relieve, y luego regresar por la ancha avenida pasando por los hermosos ²chalets² que la bordeaban.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me imprpesiona la riqueza de detalles de su columna. La estoy conociendo por la internet. Creo que habrá publicado otras. Las estaré esperando mensualmente.

Jorge Luis Arreaga