jueves, 19 de marzo de 2020
El tiempo se detuvo en Quetzaltenango
J.
Rodolfo Custodio G. *
Revista
POLEMICA XELA
Al apuntar esta observación, quisiéramos referirnos con
toda el alma, a que los tiempos de antaño están vigentes en la Ciudad
maravillosa de Quetzaltenango; que todo lo que pasa en la sociedad actual no
penetra a los linderos ciudadanos sino que se va fuera a otras latitudes.
Lamentablemente aquello no es así. La Ciudad actual sufre, igual que todas las
demás de la República de Guatemala, de una violencia incontrolable que se
posesiona de sus inmuebles, de sus calles y de sus valles; una sociedad
enviciada, hostil y mal educada que ha venido a corromper las buenas costumbres
y la alegría de vivir que en el pasado se disfrutaba en esta un poco metrópoli,
un poco finca rodeada de cerros y volcanes de los inicios y mediados del siglo
veinte.
El poeta Alberto Velázquez, que amó tanto a Quetzaltenango, concibió su
nacimiento entre campanas solemnes y arrullos de pájaros; y sentenció
proféticamente que “Tú permanecerás (mientras los déspotas/ que te humillaron
solo son cenizas),/ bajo la exultación de las campanas/ y la algazara de los
clarineros. Tu permanecerás, tierra de gozo,/ fértil en frutos y fecundo en
niños,/ con el arco de alianza en las alturas.” (Poema Canto a Xelajú).
Quetzaltenango era una Ciudad con “algo de india y mucho de española” como la
catalogó también el poeta Carlos Wyld Ospina. Romántica, hermosa, campirana,
amable; pero, a la vez, valiente y llena de hombres de empresa que la
convirtieron en la ciudad más importante de la República, con exportadores e
importadores y con una industria pujante.
Puede decirse que nuestra Ciudad fue el paraíso de escritores, músicos y poetas
que primero triunfaron aquí para luego partir hacia la Capital y después a
recorrer el mundo, como ocurrió con muchos grandes hombres.
¿Qué ha tenido Quetzaltenango dentro de sus entrañas para atraer a tantas
personas ilustres y honradas? ¿Qué química se produce aquí como para iluminar
la mente y sensibilizar el corazón de las personas?
Pero desafortunadamente estas bellezas que fueron patrimoniales hasta la mitad
del siglo veinte, han mermado ostensiblemente y la transculturización de una
sociedad sin sentimientos ni propósitos, amante del dinero y de las
comodidades, se ha engarzado con fieras pezuñas y está dando al traste con la pureza
del sentimiento chivo.
En fin, el tiempo sigue su marcha, y la razón del presente reportaje es
demostrar cómo aquellos relojes antañones, históricos, maravillosos que
mantuvieron informada a la población y a los visitantes, de la hora exacta a
través del dulce sonido de sus campanas, se ha callado para siempre ante la
mirada indiferente e irresponsable de las autoridades que los han dejado como
mudos testigos de su ineptitud e irresponsabilidad.
Ciudades cultas como Londres, no ha dejado de cuidar y darle mantenimiento al
“Big ben” que soportó los embates de los horrendos bombardeos de la segunda
guerra mundial por los nazis. Y el reloj sigue allí, marcando el tiempo, dando
la hora cada quince minutos y haciendo sonar sus solemnes campanadas que se escuchan
en todo el mundo, tradicionalmente, desde las audiciones de la BBC de Londres.
Sí. Los relojes forman parte del más puro patrimonio de los pueblos y son
verdaderos íconos que identifican casi con vida propia los sitios donde están
fijados.
Forman parte del paisaje, pues por regla general, están en torres o torretas
altas y, además, sus campanadas hacen vibrar los corazones y correr a las amas
de casa como a los comerciantes a quienes indican que deben aprovechar el
tiempo para que la lluvia no los atrase.
¡Ya van a ser las diez! ¡Ya es medio día, hay que darle gracias a Dios! Son
expresiones que suelen escucharse en los lugares donde los relojes públicos
hacen sonar sus campanas.
En la villa de Chiantla está funcionando aún un viejo reloj histórico y único,
ya que repite la hora por medio de sus campanas. Suenan una vez y al minuto
vuelven a sonar, por si las personas no contaron bien las campanadas. Por eso,
aquel querido Maestro de tantas generaciones licenciado don Roberto Calderón
Gordillo, oriundo de Huehuetenango, cuando uno de sus alumnos le pedía que
repitiera la explicación porque no la había comprendido, serio pero bromista
respondía ¿Acaso soy reloj de Chiantla, pues?
Pero en Quetzaltenango, ciudad conservadora y amante de sus costumbres, tradiciones
e infraestructura, ha ocurrido todo lo contrario, los relojes históricos se han
ido arruinando y, para las autoridades, ha sido más fácil dejarlos que se
acaben, en vez de repararlos.
Cuántos -ahora ancianos- quisieran volver a escuchar las dulces campanadas del
reloj del INVO. Otros más, médicos y enfermeras retiradas, darían lo que fuera
a cambio de volver a escuchar el tañer de las campanas del reloj del que fuera
Hospital General de Occidente... y miles daríamos el corazón para que las
campanas del reloj de la Casa de la Cultura volviera a trabajar y sus dulces y
sonoras campanitas retornaran marcándonos el tiempo.
Pero pareciera que el abandono de aquellas piezas preciosas los ha dañado
permanentemente, salvo que alguna autoridad municipal se propusiera mandarlos a
reparar, quizás cambiándole algunas piezas, pero haciendo que vuelvan a tomar
vida y a acelerar el corazón de los quetzaltecos que añoramos aquellos tiempos
en que, junto a los “pitos” de la Industria Licorera Quetzalteca y la fábrica Mont
Blanc, así como de las campanas de la Catedral, volvieran a darle la bienvenida
a cada mañana, solemnizaran el medio día y despidieran al sol con sus solemnes,
agradables y románticos sonidos... aquellos que nos enseñaron la vida de
diferente manera, con costumbres buenas y con apego a la moral y la urbanidad;
los que no manchábamos ni las paredes ni las mesas y que diariamente, junto a
nuestros padres, comentábamos la hora por el aviso de los relojes públicos que
hora callaron pero que podrían retornar con buena voluntad y amor al terruño
Creemos en Quetzaltenango, repetimos el verso del poeta, y decimos: “Tú
permanecerás -mientras los déspotas que te humillaron solo son cenizas- bajo la
exaltación de las campanas y la algazara de los clarineros...”
* Este artículo fue publicado por su autor en
esta misma revista, en el año 2011, pero, por tener vigencia y por representar
un valor auténtico de Quetzaltenango, se vuelve a incluir en este blog.
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