jueves, 14 de agosto de 2008

REMEMBRANZA: ALLÁ POR LOS AÑOS 30




“Allá por los años 30”


Prof. José Antonio Méndez
mechitas1939@yahoo.com



Allá por esos años, la “década de los treinta”, ¡la vida era tan diferente! Bueno, solamente tengo recuerdos de mi primera infancia en 1939, sin embargo tengo una linda historia que contar de lo que sucedió antes que mi hermanita y yo viniésemos al mundo. Es la historia de mis padres por los caminos de mi tierra.
Quizá sería el año 1933. El 13 de junio se celebraba la fiesta de la población de San Antonio en el departamento de Suchitepéquez. Así pues, Don José Antonio Méndez y su esposa Doña Nachita decidieron invitar a sus amistades de las fincas circunvecinas a un delicioso almuerzo campestre (algunos comenzaron a llamarle pick-nick o simplemente pic nic). El lugar se prestaba para esto pues la casa de la finca de los Méndez quedaba a escasos cien metros de la carretera que venía de la Capital. De todas maneras por aquel tiempo la mayoría de personas se desplazaban de un lugar a otro a lomo de caballo. Bajar de las fincas de altura a “San Ignacio”, pues así se llamaba el feudo de Don José Antonio, era todo un acontecimiento. Vendrían los papás acompañados de sus hijos e hijas y de alguna que otra persona amiga, o de la servidumbre. En esa época las invitaciones se hacían con mucha anticipación, ya sea por medio del telégrafo o en forma personal. Además, todos los acontecimientos presentes y futuros corrían de voz en voz a lo largo de la montaña. San Ignacio estaba situada en una planicie y colindaba con el puente colgante sobre el Río Nahualate. Por allí pasarían los invitados en sendos corceles y preparados para permanecer en estas tierras bajas por varios días.
Vendrían de la finca Horizontes, la más alta en la montaña de Sololá (entonces ésta era jurisdicción de sololá y no como más tarde, de Suchitepéquez), de la finca Colima de los Porras, de El Naranjo de los Abascal, de Camelias, de La Esterlina del Doctor Orozco y su esposa Tere, de La Abundancia de los Suhr, de El Manantial, de Los Ángeles de la viuda Doña Luisa Cofiño, de Grecia de los Calabressi, en fin habría muchos invitados. El menú seguramente consistiría en un arroz frito al estilo chapín, tamales criollos, fresco de guanaba y tamarindo, café Borbón mezclado con el de altura, pastelitos y cervezas o whisky para los bebedores.
Al lado de los patios para asolear café había una bonita piscina así es que quien quisiera podría darse un chapuzón antes del almuerzo. Las mujeres iban y venían llevando platos calientes, canastos con tortillas recién salidas del comal, fresco y varios peones de la finca repartirían la cerveza. Había tantos hombres como mujeres. Algunas parejas habían bajado a caballo, como el Doctor Orozco y Tere, los Abascal de El Naranjo, otros habían venido en sus vehículos Chevrolet modelo 32 o 34. Todo era alegría, se comentaban las últimas noticias. La política, lo último del gobierno del General Jorge Ubico, entonces presidente de la nación, los chismes de la sociedad de las fincas, los noviazgos, las intrigas románticas, etc.
En la finca Los Ángeles vivían Doña Luisa Cofiño, su hijo Hector y sus hijas soleteras Luz, Carmen, Paca y Meches. Al día de campo habían llegado Hector, Carmen, Paca y Meches; las muchachas estaban todas todavía en edad casadera. La menor era Meches.
Don Antonio tenía siete hijos e hijas, entre estos estaba Tono, un muchacho de 29 años, muy simpático y platicador. Como tantas cosas del destino, allí habían de conocerse los que serían mis padres. Se vieron tan sólo una vez, para que se encendiera el amor entre ellos. El almuerzo estuvo muy alegre, hubo marimba y se tocaron las piezas para marimba preferidas por todos en esos días: sones chapines, corriditos mejicanos, etc. Los tamales habían sido una delicia, el arroz estilo paella llenó los estómagos de todos y todas. Los niños corrían por la ranchería y jugaban con los pequeños indígenas por los patios de café. Tono y Meches platicaron y concertaron volver a verse pronto.
Así fue como comenzó un lindo romance, el cual tristemente no llegaría a durar más que un corto tiempo para estos dos jóvenes enamorados. La muerte prematura de los dos pronto interrumpiría su idilio. Mientras, Meches manejaba la finca de su madre, era una muchacha inteligente y preparada, había vivido en Europa, en Bélgica, escribía poesía y leía en español y en francés. Sabía de números, así es que ella controlaba la producción de café y también vigilaba los trabajos de campo. Los dos enamorados se cruzaban cartas diariamente, el encomendero el cual traía aquellos sobrecitos escritos primorosamente y dirigidos a Meches. Ella contestaba en su fina letra y correspondía al amor de su novio. Dos o tres veces por semana Tono montaba su caballo y subía por la montaña, atravesando las fincas aledañas hasta llegar a la guardianía de Los Ángeles donde Meches le esperaba también en su propio caballo. Juntos cabalgaban hasta desmontar junto a los patios de café. Allí comentaban las noticias, los chismecitos familiares y consolidaban su amor. Sus canciones preferidas eran “Mi lindo Julián” y “Yo vendo unos ojos negros.” Lo que sucedía allá en la Capital no les interesaba, ¡aquella quedaba tan lejos! Doña Luisa simpatizaba con Tono, le parecía un muchacho muy educado, tranquilo y respetuoso.
Así, un día de verano del año 1933 Meches fue pedida en matrimonio. Su madre estaba más que satisfecha pues sabía que estos jóvenes se amaban de verdad. Se hicieron los preparativos, y la boda se llevo a cabo el 31 de julio de 1934 en la Iglesia del Carmen de la Ciudad Capital. La boda fue por la noche y los nuevos esposos se fueron a su luna de miel. En septiembre de 1935 nació María Emilia. Yo nací en enero de 1939. El destino es caprichoso y ese mismo año Meches subió a esperar a su amado esposo, allá en el cielo. Él la siguió pocos años más tarde. Los niños quedamos solitos a cargo de la abuela viuda. Este recuerdo vive en mi corazón y ha sido un gran gusto compartirlo con nuestros queridos lectores.



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