lunes, 18 de mayo de 2020



Asonancia de un caminante de la vida

 y el ave nacional


Al amigo inolvidable, caballero citadino CARLOS SOLÁ


Por: J. Rodolfo Custodio G.
Revista Polémicaxela

(Foto cortesía de René Merlos)

Recorría las calles torcidas desde su añejo barrio Bolívar –antiguamente cantón San Sebastián-  y sus ojos pequeños y agudos escudriñaban todo lo que se presentaba a su alrededor…  había caminado tantas veces por esas callecitas amadas, que sabía de qué color eran las casas y quienes vivían en ellas. Iba saludando a todas las personas y de cuando en cuando se detenía para hacer un comentario o una breve plática.

Ya en su casa se había acicalado con mucho esmero y se había colocado una corbata de mariposa, una camisa, a veces con color encendido, un saco de los muchos que tenía en su guardarropa, ya descolorido y azotado por el paso del tiempo, una bufanda y sus implementos que pudiera necesitar durante unas cinco horas que duraba su recorrido.  Hombre previsor, se hacía acompañar de una bufanda, un paraguas y un abrigo, por aquello de que se retrasara por una invitación u otro motivo.

Su primera estación era la sede de Funerales Reforma, las 9 de la mañana. Se detenía a leer el Obituario y luego entraba.  Con gesto solemne y apesadumbrado daba el pésame a los deudos que lloraban cerca del féretro; luego se sentaba en una de las sillas del corredor, se tomaba una tacita de café y se retiraba… Ceremonial cotidiano sin importar quién fuera el difunto.

Cuando se trataba de un personaje muy conocido y apreciado, se tomaba más tiempo y permanecía platicando con las personas que acudían al velatorio, siempre por la mañana, jamás por las noches. ¿A cuántos muertos habré acompañado? Se preguntaba, cuando se dirigía hacia el poniente, con dirección al parque Centro América.

Si era la fiesta del Niño Santísimo o de otra Cofradía o Hermandad de las que hacen procesiones en las calles del Centro Histórico de Quetzaltenango, entonces se vestía de frac negro y les iba acompañando en su recorrido.

Se ponía a pensar cuántos de sus amigos habían partido al más allá y él se iba quedando cada vez más solo.  Sus últimos grandes compañeros de la vida a quienes visitaba diariamente fueron don Federico Esponda y don Vicente León…
Ah, la muerte, se decía ¿será esta “La más grande de las desgracias humanas”, como la calificara el escolástico Santo Tomás de Aquino, o será, por el contrario lo que Heidegger afirmaba sobre que el hombre sólo alcanza la autenticidad con la muerte?  Nadie sabe, mejor tomarla como Epicuro “para qué preocuparse de la muerte si cuando el ser humano vive, ella no está presente; mientras que cuando ella llega, él ya no está.”

Bueno, la vida era buena con Carlos Solá.  Vivía solo y hacía lo que deseaba, a la hora que fuera y sin pedir permiso a nadie… ¡Espíritu libérrimo!

En vida Carlitos tuvo una participación social muy activa.  Miembro de una familia de muchos recursos económicos, tenían una gran tienda en el exterior del viejo mercado central.  Estudió en el INVO, participó en el deporte y asistía al estadio.  Tenía en propiedad dos limusinas Cadillac que prestaba para actos muy trascendentales, como cuando Danilo López regresó de su travesía triunfadora atravesando el Canal de la Mancha; también estaba en las maratones de recaudación de fondos para los Bomberos Voluntarios, para el Gimnasio Quetzalteco y para otras causas nobles.  Participó en política y acompañó a personajes de gran prestigio; fue Concejal de la Corporación Municipal de Quetzaltenango y su último cargo público lo realizó con dignidad y decoro como director de TGQ La Voz de Quetzaltenango, emisora para la cual logró el edificio donde ahora se encuentra, que le fue entregado en deplorables condiciones, pero lo fue arreglando poco a poco.
La Feria La Independencia era de mucha emoción para Carlitos, y lo mismo estaba en el banquete del 12 de septiembre, que en la velada de los Juegos Florales o en la elección de Reina Nacional, y, por supuesto, en los banquetes de gala. Carlitos podía estar lo mismo en los sitios más encumbrados, que en un ranchito compartiendo con una familia campesina.

¿Qué podía pedirle a su vida, ya desgastada y en soledad?  Había disfrutado del don más grande que un ser humano pueda desear y que constituye una dádiva divina:  La libertad.  Libre, libre como el viento… libre como el Quetzal.

Aquí cabría el pensamiento filosófico de David Lloyd George que dice: “La libertad no es simplemente un privilegio que se otorga; es un hábito que ha de adquirirse” y él lo había adquirido con toda legitimidad.

Carlitos se fue…se fue de pronto.  Sus amigos no nos dimos cuenta de su muerte…  él estaba solo mientras la pandemia del Covid-19 obligaba a la ciudadanía a un confinamiento en su casa. No se sabe quién acompañó el féretro hasta su última morada, quizás algún vecino, o solo el personal de la funeraria.

¿Preso él y sin poder recorrer con libertad las calles de su Quetzaltenango?  ¿Confinado entre cuatro paredes?

Se me ocurre que su último pensamiento en soledad fue rebelarse como se rebela el Quetzal cuando lo aprisionan.  ¡Preso nunca…   libre siempre!... y expiró. Esto fue un día de mayo de 2020 ¿en qué fecha? No lo sé.

Adiós, amigo y Ciudadano ejemplar, saludador y bueno para la plática, filósofo de la vida…  Quizás habría que escribir en su tumba, como epitafio, esta filosofía de Aristóteles:  El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre”.

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